14 de febrero de 2010

El arquero que revolucionó al Fútbol

Cuando se dice de una persona que, tras su paso, algo ya no volvió a ser igual, casi siempre lo hacemos por recurrir a una expresión fácil o por apego al tópico. Son poquísimos los hombres que ejercen alguna actividad de forma tan innovadora que llega a alterar el rumbo natural de ésta. Sin embargo, del ruso Lev Yashin, podemos afirmar sin miedo a exagerar que, después de él, la posición de arquero jamás fue la misma. Empezando por el hecho de que el soviético fulminó el concepto del número uno que pasaba los 90 minutos debajo del travesaño, esperando al bendito balón. Yashin fue pionero en plantar su bandera dentro de toda la extensión del área y tenerla como suya. Hasta entonces, ningún guardameta había mostrado nunca tanta agilidad, hasta el punto de que le servía no sólo para neutralizar tiros a puerta, sino también para interceptar centros o anticiparse a los atacantes. Pero, además, Yashin fue uno de los primeros grandes personajes que tuvo el fútbol. Tras su espectacular desempeño en el mundial de Suecia 58’, la “Araña Negra” convirtió en un reclamo para quien pudiese seguirlo de cerca y un auténtico mito en el resto del planeta, algo que contribuyó a realzar el sensacional apodo que ostentaba, referencia a los colores oscuros que siempre vestía y a la impresión de tener ocho brazos para atrapar la pelota.

Nacido en Moscú un 22 de octubre de 1929, Lev Ivanovich Yashin era un muchacho cuando estalló la II Guerra Mundial. Entonces, con 12 años, fue a trabajar a una industria militar. Fue ahí que, a pesar de lo duro del trabajo, tuvo la oportunidad de comenzar en el equipo de fútbol de la fábrica. Sus reflejos no tardaron en llamar la atención del Dínamo de Moscú (equipo del cual no se movería jamás), que lo invitó a incorporarse a su filial en 1949. Hasta el final de su carrera, en 1971, Yashin disputó con el Dínamo más de 300 partidos y conquistó cuatro ligas soviéticas y dos Copas de la URSS.
Sin embargo, hubo otra camiseta en la que Yashin defendió como a su vida misma. Lo hizo en 75 ocasiones entre 1954 y 1970. Con la camiseta de la selección soviética, la “Araña Negra” fue sinónimo de imbatibilidad. No es casualidad que durante su etapa en el combinado soviético éste conquistase sus mayores glorias: el Torneo Olímpico de Fútbol en Melbourne 1956, la Eurocopa celebrada en Francia en 1960 y, sobre todo, tres participaciones brillantes en la Copa Mundial de la FIFA: Suecia 1958, Chile 1962 –saldadas con sendos puestos en cuartos de final- e Inglaterra 1966, el mejor registro histórico de la URSS, una cuarta posición. Lev Yashin aún formaría parte del conjunto que acudió a México 1970, pero no llegó a saltar al campo. En total, jugó 13 encuentros en la cita mundialista, cuatro de ellos sin recibir goles, protagonizando actuaciones increíbles. A Lev Yashin le rodeaba un aura impenetrable de superhéroe que, además de sus proezas evitando goles, se fortalecía mediante su carisma. Cuando se le preguntaba, por ejemplo, cuál era el secreto para estar siempre tan preparado en los grandes partidos, respondía, sin saberse todavía hoy hasta qué punto bromeaba: “La clave es fumar un cigarrillo para calmar los nervios y después tomar un buen trago de alguna bebida fuerte para tonificar los músculos”. La receta debió haber funcionado a la perfección, ya que en un mundo donde se le da más valor a quien marca los goles, Yashin se llevó el Balón de Oro al mejor futbolista del continente europeo en 1963, siendo hasta hoy el único guardameta que lo ha logrado.

Cualquier descripción de Lev Yashin acaba resumiéndose así: no se ha visto otro portero como él. Cuando falleció, en 1990, había recibido todos los reconocimientos posibles: desde la Orden de Lenin en 1968 a un grandioso partido de despedida en 1971, ante 100.000 espectadores y con la presencia de Pelé, Eusébio y Beckenbauer. Con el paso del tiempo, su nombre representa cada vez más lo máximo a lo que puede aspirar alguien que actúe bajo los tres palos. Tanto es así, que el premio al mejor arquero en cada Copa Mundial, instaurado en 1994, se llama como él. Esa posición, de hecho, nunca volvió a ser la misma. Se convirtió en sinónimo de Lev Yashin. Un grande, una figura mundialista.

4 de febrero de 2010

Píntame la cancha

BAJO EL ARCO UNO CRECE. No en altura, sí en grandeza. La posibilidad de convertirse en un eunuco tras una pelota que avanza a una velocidad de 200 kilómetros por hora, le quita, de inmediato, la posibilidad de ser un cobarde. La humillación de una huachita, un sombrerito, un gol de media cancha o peor aún, de otro arquero, también lo convertirá en un eunuco de la peor calaña. Un eunuco moral. Por eso es un guiño el número que llevan en la espalda. Porque los últimos serán los primeros. Y porque quien ríe último, ríe mejor.

A DIFERENCIA DE UN GOLEADOR, la modestia lo define. El guardameta es héroe solitario del campo. Y como todo héroe que se digne serlo, no festeja. Lo festejan. Sabe que a veces, hasta los malos ganan. Y que, además, siempre serán cuatro extremidades contra veintidós piernas. Aunque unos hasta dan la cara por el equipo. Pájaro de insólitos vuelos, culebra de revolcones descarados. La frustración ajena será su motivación. Y a pesar de aquello, podremos odiar a un goleador, pero nunca a un golero.

DEPUÉS DE TODO, lo que más evitan no son los goles. Sino, por comprensible orgullo, esto.

----------------

Por el periodista Eduardo Cornejo para el blog Paisaje de Guerra